Ésa fue la razón por la que yo cedí.
Partí corriendo a través de los campos. ¡Ah! ¡El corazón me saltaba del pecho! La primavera lucía en todo su esplendor.
Cuando empujé la puerta que da sobre la pradera, mil perfumes de hierbas, de árboles, de corteza fresca, me saltaron al rostro.
Corrí hasta un bosquecillo sin volver la cabeza. Las abejas danzaban allí. El aire lleno de polen de las flores vibraba al temblor de sus alas. Un poco más allá, un vergel de almendros no era sino un nevado de flores donde zureaban las primeras palomas del año.
Yo estaba embriagado.
Los senderos me llamaban socarronamente. "Ven, ¿qué te importan algunos pasos más? El primer recodo no está lejos. Si quietes, te puedes detener delante de la enramada de espinos blancos. " Esas incitaciones me hacían perder la cabeza. Una vez lanzado en esas sendas que serpentean entre dos setos cargados de pájaros y de bayas azules ¿podía acaso detenerme?"
Henri Bosco (1888-1976) escritor francés, un fragmento de "El niño y el río" (p. 13 y 14)
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