"Soledad y silencio. He pensado en la felicidad de dedicarme enteramente a
la literatura, sin otros cuidados sino escribir y estudiar. Es
necesario recuperar el tiempo perdido. Sé que esta felicidad está a mi
alcance y que no depende de mi voluntad, pues entonces ya no sería
felicidad sino solamente trabajo. Sólo necesito creer con todo mi ser,
creer obsesiva y lúcidamente. Y también olvidarme de todos. Pero sobre
todo continuar sosteniéndome en la durísima tarea de no pensar en «el
amor imposible», causa de todos mis males. Esto es lo más difícil. Y
particularmente para mí, que no me llegan compensaciones externas que
pudieran impulsarme a sustituir al objeto amado. Pero sé que mi única
posibilidad de salvación consiste en aceptar con naturalidad esta
carencia afectiva.
Mi única posibilidad de salvación, sí. Ahora comprendo absolutamente
que jamás mi amor se verá correspondido, que hasta hoy me sustentaba
alguna esperanza absurda e infantil, sin fundamento alguno en la
realidad. Pero hoy, recordando el ayer, recobrando palabras y sucesos
que dormían debajo de mi memoria he tomado conciencia de la futilidad de
mi espera. Ahora bien, resta la locura o la muerte, porque yo comprendo
que sólo por mi amor vivo, que sólo él me enlaza a la vida. Y tal vez
no quisiera que fuese así, si bien reconozco que a ello debo mis horas
más intensas, más fecundas emocionalmente, las que no poco hicieron por
mis poemas. A mi amor debo casi todos mis estados de exaltación. Pero
también es útil saber que el hombre que los produjo es absolutamente
«inocente» de mis procesos, que su actitud fue siempre pasiva, que, en
suma, no tiene «culpa» alguna de lo que me acontece, así como el
desierto no es culpable de los que mueren sedientos. De cualquier modo,
comprendo que es necesario estrangular todo atisbo de esperanza y
aceptar la idea de que jamás seré amada por la persona que he elegido.
Podría agregar que no la he elegido sino que me ha sido impuesta, podría
repetir los viejos argumentos científicos respecto de los orígenes de
mi sentimiento amoroso. Pero es como en la poesía. Palabras, palabras…
El amor es otra cosa. Y no me importa que maltraten el mío ni que lo
castiguen con la indiferencia más extrema. Yo sé que es real, yo sé que
existe y me duele más que mi vida, o igual, porque es mi vida. Lo mismo
que la poesía. ¿En que la desmedra el análisis o la disección? Está, y
es lo único importante. Pero ahora, sobre materiales rotos y roídos,
entre el caos y la angustia, trataré de reconstruirme. Sobre tanto
dolor, sobre tantas ganas de morir y de no sufrir más el peso de este
amor, he de reconstruirme. Con humildad y silencio.
Este yacer anegada en mí misma, este no perderme jamás de vista —aun
en la enajenación— ¿a qué obedece? A que no encuentro nada que sea más
importante que yo. Sólo me entero de las cosas cuando me golpean. Así,
gracias al silencio de Orestes, he pensado por vez primera en él. Cosa
que jamás hice cuando deliraba de amor por mí. Esta manera de ser me
hace perder y ganar. Perder en cuanto a que me encadena, me impide
enfrentar el mundo, y más aún, me deja a merced del mundo. Pero, por
otra parte, en el reverso del mundo, donde yo estoy, se ven muchas cosas
vedadas para los otros. A propósito de mi incomunicación estuve
pensando en la posibilidad de enloquecer, posibilidad que me aterroriza.
Pero estoy demasiado cansada como para inquietarme «activamente».
Pensándolo bien, ¿no será demasiado tarde para reconstruirme? ¿No habré
perdido definitivamente?"
Alejandra Pizarnik (1936-1972), poeta argentina, un fragmento de Diarios (domingo 2 de Febrero de 1958 )
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