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martes, 3 de junio de 2014

EL ARMARIO

"El armario y sus estantes, el escritorio y sus cajones, el cofre y su doble fondo, son verdaderos órganos de la vida psicológica secreta. Sin esos "objetos" y algunos otros así valuados, nuestra vida íntima no tendría modelo de intimidad. Son objetos mixtos, objetos-sujetos. Tienen, como nosotros, por nosotros, para nosotros, una intimidad. 
¿Hay un solo soñador de palabras que no vibre al oir la palabra armario? Armario, una de las grandes palabras de la lengua francesa, majestuoso a la vez y familiar. ¡Qué hermoso y qué gran volumen de aliento! ¡Cómo inicia el soplo con la a de su primera sílaba y cómo lo cierra dulcemente en su sílaba que expira! No se tiene nunca prisa cuando se da a las palabras su ser poético. Y la e de armoire es tan muda que ningún poeta quisiera hacerla sonar. Quizá por esto, en poesía, la palabra se emplea siempre en singular. En plural, el menor enlace le daría tres sílabas. 
Ahora bien, en francés, las grandes palabras, las palabras poéticamente dominadoras, sólo tienen dos. Y a bella palabra, bella cosa. Para la palabra que suena gravemente, el ser de la profundidad. Todo poeta de los muebles-sea un poeta en su desván, un poeta sin muebles-sabe por instinto que el espacio interior del viejo armario es profundo. El espacio interior del armario es un espacio de intimidad, un espacio que no se abre a cualquiera. 
Y las palabras obligan. En un armario sólo un pobre de espíritu podría colocar cualquier cosa.
Poner cualquier cosa, de cualquier modo en cualquier mueble, indica una debilidad insigne de la función de habitar. En el armario vive un centro de orden que protege a toda las casa contra un desorden sin límites. allí reina el orden o más bien, allí el orden es un reino. El orden no es simplemente geométrico. El orden se acuerda allí de la historia de la familia"

Gastón Bachelard (1884 1962),  filósofo y poeta francés, fragmento de "Poética del espacio" (p. 111-113)


"El armario- dice Milosz - está lleno del tumulto mudo de los recuerdos" 
 Gastón Bachelard (p.p. 113)